sábado, 10 de octubre de 2009

La marea baja


Busqué la pingüinera por todo el mar argentino -desde el final del mundo hasta Península Valdés-, pero no aparecía por ninguna parada y los leones marinos (o elefantes o lobos) no tenían ganas de orientarme. Estaban agotados de retozar y después de unos meses se volvían al agua.


Subí al país en el que vive Huanakauri (aunque realidad volvía) y crucé otro y seguí subiendo y hacía más calor, pero ni rastro de ellos.


Superado los espejismos de cormoranes y con la marea más tranquila, hoy tengo que reconocer que la pingüinera no existe y que todo fue producto de mi imaginación mentirosa.


Ya dejo de marearme.
Ya no soy un coatí carroñero.
Ya lo que espero da vueltas hacia un lugar.
Giran otros días
y este invierno tengo calor.


Desde diversos modos del mundo sonaron señales para animar su paso
para que ponga más letras
y vivir bien
como si tuviera un caparazón con ventanas y cobertura
y siempre las ganas revueltas.


Y detrás de todos esos bichos miraba Lauritrón.

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